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Si hay una clave en [la poesía de Félix Jiménez] es, sin duda, la vaporosa emoción de la metáfora, el enigmático celo del símbolo, la evanescente fantas
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Si hay una clave en [la poesía de Félix Jiménez] es, sin duda, la vaporosa emoción de la metáfora, el enigmático celo del símbolo, la evanescente fantasía de la poética de la sugerencia, su declarado esteticismo. Entre el movimiento y la calma, todo empieza siempre como oleaje de nubes alborotando la tarde, en esa espiral que despliega el temblor impalpable, acuático, de la vida. Entre esas olas de cirros, cúmulos y nimbos se descubren espacios para los gestos, las nostalgias, las experiencias, los detalles todos se abren en su poesía como lluvia finísima o como tenues rayos de luz. La emoción que produce el descubrimiento de la insignificancia, resultado de una pupila minuciosa y observadora, nos impresiona enseguida por la profundidad de su trascendencia. Félix Jiménez, seductor nato, es capaz de quedarse él mismo seducido con la contemplación de un simple charco, como declara en un alarde de síntesis en un poema cargado con la cómplice envoltura de la insinuación. Yo, sin ir más lejos, me he cegado con el reflejo de un rayo de sol en un charco después de la tormenta. JOSÉ GUADALAJARA (del Prólogo) Fui a nacer en un pueblo de Ávila La Torre donde me enseñó a leer un maestro ciego que memorizaba páginas de literatura. Las palabras son como huevos que pueden encerrar una nueva vida si gozan del tiempo de reposo y el calor necesarios. Un literato que murió ciego hace 25 años me removió tanto con su Aleph que, desde entonces, cierro los ojos cada vez que deseo saborear la vida. He escrito dos novelas, un libro de relatos y dos poemarios. Imparto clase de lengua y Literatura en un centro de Enseñanza Secundaria e intento que mis alumnos amen la poesía. Cuando un verso es semilla y me abre un surco en este caminar por la literatura, que también es la realidad, pienso en el hombre que busca en las cunetas, allí donde fue a parar la tierra removida y que no han sido asfaltada ni transitada. De ahí nacen estos poemas que encontrarán su sentido cuando alguien los paladee con los ojos cerrados. FÉLIX JIMÉNEZ