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Víctima expiatoria de la venganza política y de la incomprensión de un marido mucho mayor, Carola, joven y hermosa, vive atrapada por la pasión. El escenari
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Víctima expiatoria de la venganza política y de la incomprensión de un marido mucho mayor, Carola, joven y hermosa, vive atrapada por la pasión. El escenario: una casa cuyos muros son a la vez cárcel y refugio contra la calumnia hipócrita, en un pequeño pueblo inquisitorial y rencoroso. La pasión de Carola representa a la vez el vía crucis de una mujer -¿casi niña?- condenada al papel de esposa sumisa y abnegada y, al mismo tiempo, la exacerbación de su amor, tan verdadero como imposible, por un joven revolucionario que la ama hasta el límite del sacrificio. En esta novela, José Luis Matilla compone magistralmente unos retablos donde unos personajes valleinclanescos reconstruyen, como en un fresco histórico, las pasiones que se desatan durante el efímero paraíso de libertades que fue el triunfo de la república y sus secuelas de odios y remordimientos. Matilla pone al servicio de su apasionante historia su dominio del lenguaje como espejo de los caracteres y rinde un homenaje literario al papel de la tradición oral, en la figura del ciego coplero, tan verosímil y emblemático como cualquiera de los personajes de La Celestina. Carola simboliza a las mujeres de toda una época. Así, en la soledad del templo, Carola cumple la penitencia que se impone a las adúlteras: rezar un rosario completo con el manto de la Virgen de los Desamparados sobre su cabeza. El pecado: soñar que su esposo es todavía el apuesto joven con mostacho retorcido y uniforme del daguerrotipo colgado en la alcoba. Ni sus sueños le pertenecen.