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Eduardo no soportaba su vida en la ciudad. El ambiente en su nuevo instituto era hostil. Sus compañeros se comportaban de forma agresiva. Tanto las chicas como
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Eduardo no soportaba su vida en la ciudad. El ambiente en su nuevo instituto era hostil. Sus compañeros se comportaban de forma agresiva. Tanto las chicas como los chicos se miraban desafiantes y se provocaban continuamente. Y los fines de semana eran peores. Su padre le encerraba en el siniestro sótano y le obligaba a transformarse. Y Eduardo detestaba transformarse. El dolor era insoportable. Empezaba con aquellas atroces sacudidas en el estómago. Y a partir de ahí, empeoraba: era como si la fiera que albergaba en su interior no pudiera esperar a tomar control sobre su cuerpo y se abriera paso a zarpazos. El chico sentía cómo le rasgaba la carne y los nervios, cómo le descoyuntaba los huesos, hasta que algo estallaba en su cabeza. Sólo entonces alcanzaba una inquietante paz.